Habían bastado unas simples palabras. No arreglaban nada, no cambiaban nada. De hecho, dejaban más claras sus intenciones y los separaban todavía más, por lo que sus vanas esperanzas se esfumaban del todo. Pero, al menos, sabía a qué atenerse, y la opresión en el pecho cedía un poco.
Cuántas lágrimas y cuánto sufrimiento se habría ahorrado de haber tenido esas palabras desde el principio…