Durante años, quizá demasiados, una llama había ardido en su interior. Unas veces tenue como una cerilla, abrasadora como una hoguera otras, pero siempre encendida.
Por eso, el día que la llama se apagó, sintió una tristeza como nunca en su vida había sentido antes. No por dolor o desazón, sino porque años de ilusiones y esperanzas, de amores y desamores, de melancolías y añoranzas, de pasiones y celos, se habían apagado con aquella llama.
Tantos años manteniéndola encendida a cualquier precio, y ahora no quedaba nada, solo vacío y oscuridad.Y tristeza. Infinita tristeza.