Había sucedido de nuevo. Había conseguido quedarse a solas con Ella durante un escaso par de minutos. Y mientras saboreaba aquellos ciento veinte segundos de paraíso, se encontró de repente con la pregunta directa de Ella que tantas veces se había soñado contestando. Pero, igual que en las ocasiones anteriores, sonrió y resopló en vez de contestar.
Los dos minutos se esfumaron, la magia desapareció y volvió la realidad, aquella realidad en la que él soñaba con dos minutos a solas con Ella. La misma realidad en la que sabía que era un cobarde.