Pasaban las semanas, y con ellas se iban apagando las brasas, se desvanecían los sueños y se morían las esperanzas.
Lo único que permanecía inamovible, clavada en sus entrañas, era la impotencia.
Pasaban las semanas, y con ellas se iban apagando las brasas, se desvanecían los sueños y se morían las esperanzas.
Lo único que permanecía inamovible, clavada en sus entrañas, era la impotencia.